La habitación estaba genial, y tanto la dueña, cómo la recepcionista, cómo el señor que se encarga de los traslados, encantadores.
Si, has leído bien, tienen un servicio genial, te recogen en o Cebreiro (no fue nuestro caso) y te llevan a Piedrafita, y al día siguiente lo hacen a la inversa, de forma gratuita.
La pensión no dispone de cocina propia, pero tienes la opción de ir al bar que está en el mismo edificio, cerquita encontramos un parque pequeñito, una gasolinera y varias tiendas.
En Triacastela nos alojamos en el albergue pensión Lemos. Un edificio moderno construido al lado de la carretera general que por dentro es una pasada. La recepcionista una mujer encantadora, muy atenta y que nos ofreció todas las facilidades del mundo, y la habitación como podéis ver súper chula. El pueblo es muy pequeñito y no ofrece muchas posibilidades para el visitante, pero nosotros entre el parque y un paseíto cerca del río (donde te puedes bañar) pasamos la tarde.
Luego cenamos en un restaurante que estaba repleto de gente y que ofrecía un menú variado por 10€
En Sarria dormimos en un apartamento a las afueras de la ciudad llamado dp35. ¡Cómo nos costó encontrarlo!, no había carteles ni nada que indicará que habíamos llegado, pero lo hicimos. Con una llamada a la dueña nos dieron un código para abrir la puerta y otro para conseguir la llave del apartamento. El procedimiento muy impersonal, pero la verdad es que el apartamento valió la pena.
En Portomarín nos alojamos en el albergue Ultreia. Una pensión/Albergue, en lo alto del pueblo regentada por una pareja de señores muy muy atentos. Nos sorprendió lo a gusto que nos sentimos desde el momento 0, haciéndote la estancia muy agradable y placentera. Nosotros dormimos arriba del todo, en una habitación abuhardillada, pero a pesar del tamaño muy cómoda. Repetiríamos con los ojos cerrados.
Por la noche cenamos en el Café Alameda, en los soportales, en frente de la iglesia. ¡Qué bueno! ¡no os lo podéis perder! Eso sí, un menú y una pizza para los 3 y quedamos reventados por K.O. todo muy rico, pero el codillo, ¡Oh Dios Mio! de rechupete.
Y para rematar la jugada, un helado artesano en los mismos soportales
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